Muchos de mis amigos piensan que tiene que ser una maravilla eso de vivir y trabajar en otro país, por eso de estar sumergido de lleno en una lengua extranjera y que te sirve de mucho a la hora de aprender y comprender más sobre la cultura de los idiomas de partida con los que trabajas. Y tienen mucha razón. Pero también hay un aspecto negativo que hay que evitar a toda costa y que no siempre es tan fácil. Porque somos humanos, nuestro cerebro está en continuo aprendizaje y, como toda buena máquina, si no la usas y además no la engrasas, no funciona bien. O lo que no es lo mismo, si no usas lo que ya has aprendido y lo dejas de alimentar con más conocimiento… Te olvidas.
Hace años pensaba que eso era una chorrada. En serio. Pensaba que una vez aprendes algo, ya no se te olvida. Como montar en bicicleta. Pero claro… Si no montas en bicicleta durante mucho tiempo, ¿qué pasa? Al principio estás más torpe, hasta que vuelves a entrenar al cerebro y vuelves a montar como un ciclista profesional o al menos tan bien como antes. Con los idiomas pasa lo mismo, incluso con la lengua materna. Sí, aquella que aprendemos desde que somos bebés y en la cual solemos soñar casi siempre (a veces soñamos en idiomas que estamos aprendiendo o del país donde residimos si no es el de origen), en la que expresamos nuestro amor más profundo y también las frustraciones más grandes. También puedes perderla. Muy lentamente, pero pasa.
De esto me di cuenta cuando vivía en Londres. En una de mis visitas a mi pueblo natal, hablando con mi padre, me quedé en blanco cuando quise decir «mosquitera» pero la palabra no me venía a la cabeza. Miraba hacia la ventana, veía la mosquitera y pensaba: «¿Pero cómo lo digo?» hasta que mi padre se dio cuenta y me dijo él la palabra.
–¿Qué pasa? –me dijo– ¿No te acuerdas de la palabra «mosquitera»?
Y no, no me acordaba. Y es que en Londres no había visto una en la vida. Entonces me di cuenta de que aquello que no utilizas, se te puede olvidar. Por supuesto, a mí me sirvió para no olvidarme de la palabra nunca más, pero me di cuenta de que tengo que intentar a toda costa que eso no me vuelva a pasar. Desde entonces, comencé una rutina que sigo hoy en día también en Estados Unidos: escucho la radio en español, ya sea música o tertulias, leo libros en español, consulto varios periódicos en línea en español y de vez en cuando me pongo programas de televisión que también puedo ver por Internet. Debo añadir que en casa tengo la suerte de poder hablar en español también, pero aunque esto os parezca mucho, el mundo que me rodea es anglófono (sí, sé que justamente en Nueva York hay mucha gente que habla español, pero mi círculo de amistades es casi todo en inglés) y todo lo que sea en castellano, bienvenido es.
No dudéis en comentar si os apetece y, si habéis vivido algo similar, me encantaría conocer vuestras experiencias.
¡Gracias por leerme!